Lunes, tres de marzo, dos mil ocho, cinco con veinte minutos, el olor a humo molesta en la nariz, es lo primero que note al salir del aclimatado ambiente artificial de la oficina, la luz del atardecer no desentona en nada con la artificial, ráfagas de fuerte e intermitente viento movían a su paso partículas de ceniza, mezclándose con el polvo, y entre ellas en saltarinas piruetas, fragmentos de papel, hierbas y hojas de árboles carbonizadas caían como llovizna ligera. Me acorde de inmediato de Los Supersuckers, en una lejana platica de borrachera, comentaba que me imaginaba a esa banda tocando al anochecer en una cantina repleta de ávidas gargantas refrescándose con cervezas, descansando reposadamente después de haberse pasado el día quemando nopales para alimentar al ganado.
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